
Me acuerdo de la niña de trenzas de Plaza Sésamo cuando en un segmento del programa se paraba junto a un personaje, digamos Archibaldo, en un punto del set que simulaba la calle y ella le decía: “¡Quiero estar allá!”, y señalaba hacia donde estaba otro personaje, digamos Greñaldo, a lo lejos. Entonces Archibaldo, que se encontraba a su lado, le decía: “Si quieres estar allá, sólo tienes que caminar hacia allá”. Ella caminaba y al llegar con Greñaldo, preguntaba con entusiasmo: “¡Hola!, ¿ya estoy allá?”. Entonces Greñaldo, el nuevo compañero de lugar, le contestaba: “No, estás aquí”. Ella se decepcionaba con ese gesto que siempre me maravilló en las marionetas de Plaza Sésamo (¡¿cómo un títere podía tener expresiones faciales!?), bajando la mirada y quizá la comisura de la boca: “¡Cómo! ¿Estoy aquí?, ¡pero si yo quiero estar allá!”. Entonces él le explicaba: “Ah, pues si quieres estar allá, sólo camina y ve allá, adonde está Archibaldo”. Ella volvía a caminar hacia Archibaldo, de regreso al punto donde había comenzado y, apenas se detenía junto a él, le preguntaba muy contenta y ansiosa: “¡Hola! ¿Ya estoy allá?”. Archibaldo la veía con esos ojos de asombro que también podían hacer los de Plaza Sésamo y le hacía saber con paciencia: “No, ahora estás aquí. ¡De nuevo!”. Y ella se volvía a decepcionar, y volvía a decir que quería estar allá, y no aquí, y él le volvía a repetir que no, que aquí era aquí y que si quería estar allá, que tendría que caminar de vuelta adonde estaba Greñaldo. Así lo hacía una y otra vez la pequeña que quería estar allá pero nunca lo lograba porque siempre estaba aquí, en un punto, cualquiera de los dos entre los que iba y venía, que no la terminaba de alegrar y más bien la mantenía en un movimiento sin fin, ida y vuelta.
Aquella lección infantil de dos conceptos tan simples, aquí y allá, describe cómo me siento ahora, siempre persiguiendo un allá imaginario que no acabo de alcanzar y que me tiene yendo y viniendo desde hace casi cinco años. Será que el allá es un espacio inexistente que, como espejismo, me sigue jalando sin tregua por caminos inesperados y por momentos pedregosos. O será más bien que el aquí nunca totalmente satisfactorio se entreteje con la promesa de un lugar acogedor, constante y luminoso, que –en lo profundo de mí– sé que encontraré algún día.
El caso es que hay veces, contadas veces como hoy, en las que al menos siento que estoy disfrutando el viaje. Quizá de eso se trate todo.