Cada tanto me recuerdo a mí misma aquella historia de los impresores rusos que en 1905 se unieron y sintetizaron sus múltiples penalidades en una demanda sencilla y a la vez contundente: pidieron que les pagaran los puntos y las comas. Hasta entonces, el rey les pagaba por letra, pero ellos, como cualquier editor y corrector ahora, sabían que los puntos y las comas también implicaban tinta y tiempo y trabajo igual que las letras… Yo, desde el fondo de mi corazón, imagino perfecto la reacción: que cómo va a ser, si un punto no es nada, que entonces quítale las comas y ya está, que si así se ha hecho siempre, que esas son las tarifas, que hicimos un estudio de mercado y estamos en la media, que entonces cuánto quieres, que cómo pretendes cambiar las cosas no ves que ya está la fecha encima…
Pero los impresores no estaban solos. Se organizaron entre ellos y montaron una huelga ahí en pleno invierno zarista, y luego llamaron a otros sindicatos y respondieron primero los ferrocarrileros y pararon los puntos y las comas, y también los trenes y después Moscú y San Petersburgo enteros. Todo empezó una negra noche. Nos han hecho creer que Nicolás II era tibio (según algunos, que porque la esposa influía en él, qué curioso), pero en realidad ordenó a través del gobernador de la ciudad que tiraran a matar a los huelguistas desarmados. La masacre es conocida como el domingo sangriento. Veo clarito a los trabajadores hasta el gorro del estrés, de los jefes y de los autores irresponsables (zaristas, claro), ahora enterándose de cómo mataron a sus compañeros, y entonces en vez de detener las huelgas, salieron con más fuerza y lograron el apoyo de otros sindicatos. Aquello se volvió una bola de nieve. Luego de unos meses terminaron con el poder absoluto del zar. Así, algo que podría parecer tan simple como el punto y la coma desató en aquellos días una revolución: la revolución rusa de 1905. Suena exagerado, pero no soy yo, fue Trotsky, quien habló de “…la huelga que comenzó con los signos de puntuación y terminó con el absolutismo”.

Ya sé que ésta es una versión simplificada de la historia, que las cosas no ocurrieron así, pero quién tiene tiempo de sentarse a leer sobre la Revolución rusa, si hay tantas comas y puntos por corregir. Lo que pasa es que esta historia me brinca a la cabeza en medio del trabajo editorial a marchas forzadas.
Si usté es como el zar, y duda de la importancia de los signos de puntuación, observe cómo queda una página cuando se le quitan las palabras en la imagen de arriba. Con ese mismo morbo, o más bien sentido de respeto por el punto y la coma, el diseñador Nicholas Rougeux decidió eliminar las palabras en Moby Dick, Mujercitas y otras obras clásicas, y lo que quedó de ellas lo transformó en arte visual. Aquí se pueden ver sus pósters, que además quedan como un bonito regalo, para el niño, pa la niña.

Aquí las notas más rápidas para leer sobre la revolución rusa en días de presión editorial y entregas para ayer:
La revolución rusa que empezó por culpa del punto y coma
9 de enero de 1905: el “domingo sangriento” que inició la revolución
Y aquí el link a la obra de Trotsky, pa cuando haya tiempo, en otra vida, un día que los correctores y editores de ahora se animen a armar otra revolución…
