No hay que ponernos tan pesimistas todavía, porque el futuro puede estar peor. Así lo dijo M un día que hablábamos del amor, el trabajo y la vida. Una de esas pláticas que no llegan a ninguna parte y sólo sirven para desahogarse, pero qué bien que sirven. Ahora lo veo como un resumen de mis pensamientos. Hoy hay que sonreír, porque capaz que mañana ya no se puede. Es «el hoy no fío, mañana sí» puesto de cabeza y repetido en forma de mantra para llegar a la noche y levantarse de nuevo al otro día.
Me recuerda a D cuando me aconsejó, hace muchos años, que para tomar decisiones pensara de qué me voy a a arrepentir más. Yo tenía que decidir no sé qué, y él simplemente sugirió: imagina que estás en el futuro, ¿de qué te arrepentirías más, de haber elegido A o B? Claro, porque ninguno de los caminos me va a hacer lo que llaman «feliz», o mejor dicho porque siempre algo puede salir mal. Es mejor imaginarme en ambas situaciones y preguntarme qué me dolería más: haber hecho A o B. A mí que tanto me cuesta escoger, me ayudó un montón. Creo que desde entonces así he tomado la mayoría de las decisiones importantes en mi vida.
Cualquiera que no me conozca bien pensará que soy una pesimista. La misma pesimista que huye de las personas positivas que ven el arcoíris y saludan al sol todos los días al despertar. La pesi-misma. Pero yo lo veo distinto. Se trata de darle la vuelta al libro de autoayuda, agarrarse de donde se pueda y mirar todo lo que está mal pero con ganas de hacer algo para cambiarlo. Se llama esperanza, y habita entre la oscuridad del presente y la fe en el porvenir. «Pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad», dijo el filósofo. La esperanza es eso que nos deja ver los problemas y aun querer seguir.
Las mentes más brillantes, las personas más valientes señalan el desastre, lo nombran y luego actúan para enunciar un mundo imposible de igualdad y solidaridad. De eso y de otras cosas más alegres va este blog.